"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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27-12-2019 |
OJOS BIEN CERRADOS
Marcelo Marchece
Apenas enterados del asesinato de Lucas Langhain atribuimos su muerte al fanatismo y como suele suceder, nos dejamos guiar por las apariencias.
La realidad es como una cebolla que tiene varias capas, y apenas levantada la primera descubrimos una segunda. Todavía nos faltan levantar varias capas para llegar al corazón de los hechos.
Al parecer, la orden provino desde el interior de una cárcel y el verdadero responsable sería un barra brava que proveería al sicario de un arma, dinero, pasta base para comerciar y coberturas de todo tipo.
¿Por qué motivo un barra brava estaría interesado en que se disparara al azar a la hinchada de Nacional? La primera respuesta sería el fanatismo, pero uno sospecha que la muerte de Lucas obedeció a muchas causas entre las cuales el fanatismo no tiene nada que decir. Sin embargo, la respuesta es eficiente: desde el momento en que ubicamos el casillero con la palabra "fanatismo", ya no nos preocupamos por seguir buscando respuestas.
Acaso la explicación venga si consideramos que dejando de lado su interés por el fútbol, el hombre que mandó matar es un hombre de negocios ¿Qué negocios? El pingüe negocio del narcotráfico, por lo menos.
Lo que aquí falta unir, y sospecho que alguien más unirá, son todos esas noticias que circulan sobre los lindos negocios de las barras bravas en Argentina, las amenazas a dirigentes, audios donde se le demostrará a los dirigentes quién manda de verdad, ataques a ómnibus para suspender partidos, venta de drogas, venta de entradas, falsificación de entradas, porte de armas y una joda generalizada.
Lo que pasa del otro lado del charco luego pasa acá pero de forma atenuada, primero porque allá, en la Capital, hay mayor densidad histórica y segundo porque allá, el periodismo, es mucho más libre, y un hecho es un hecho en tanto se conozca.
¿Qué es lo que pasa? Se trata de ir pelando la cebolla aunque a uno le lloren los ojos. Todo indica que las barras bravas de las dos orillas hacen sus buenos negocios, y todo indica que hay cortocircuitos entre los directivos de los clubes y los jefes de las barras bravas, es decir, hay cortocircuitos entre estos dos tipos de empresarios.
Los clubes, al menos en América Latina, necesitan de barras bravas, pues si mandás a tu cuadro a jugar la Libertadores sin cobertura, se lo comen crudo. Estas barras bravas necesarias a modo de protección y de apoyo antes y durante el partido, eran alentadas por los directivos de los clubes, pues de alguna manera lograban entradas y pasajes. Ahora, una cosa es una barra brava en los años ochenta, y otra cosa son las barras bravas de ahora, cuando ha pasado mucha agua debajo de los puentes. Hoy, como se ve, tienen el poder de decidir una vida desde la cárcel.
Así que tenemos el Estado que tiene que lidiar con una violencia creciente, tenemos una directiva de los clubes que necesitan a las barras bravas, pero necesitan tenerlas controladas, y tenemos unas barras bravas difíciles de controlar que juegan su propio partido, donde el resultado no es un campeonato más o menos, sino dinero contante y sonante.
El Estado, supongo, debe presionar a los directivos de los clubes y los directivos de los clubes deben presionar a sus barras bravas y por ahí viene el cortocircuito, y yo no sé si las quieren controlar, moderar, que sea un grupo de hinchas aguerrido pero no demencial, o ya a esta altura están pensando en cómo erradicarlas de cuajo. Lo cierto es que en ese equilibrio de poderes las ambulancias son apedreadas y terminan entrando al campo de juego, las garrafas son arrojadas sobre la cabeza de los policías y se mata gente al azar.
En las guerras hay unos tipos que deciden las guerras, empresarios, normalmente, los cuales en general no reciben un sólo disparo, y luego está la carne de cañón. En este caso la carne de cañón es el hincha, un joven que ama la camiseta de su cuadro y que por alguna razón psicológica, se identifica, se encuentra a sí mismo como hincha de ese cuadro. En otros momentos uno se identificaría por su religión, por su partido político, por su profesión o por lo que fuere. En estos momentos muchos jóvenes se identifican por esos colores y esos jóvenes cantan consignas dudosas, absorben una cultura de odio al "buchoneo", y adoptan una moral y un lenguaje propio de estas subculturas. Sea como sea, aman su camiseta, y sobre ese amor, otros, más vivos, hacen negocios. Nada más fácil de entender.
¿Pero qué gana un barra brava que logra detener un partido o matar a un hincha del otro cuadro?
Hasta que no pelemos toda la cebolla no lo podemos saber. La Justicia investigará, más información llegará a nosotros y tendremos un panorama más claro donde algo tendrá que decir la puja por el control del fútbol, el beneficio que obtiene quien detenta la violencia cuando genera por sí mismo la violencia, pues a río revuelto ganancia de pescadores, y, como es obvio, algo dirá con sus graznidos el pajarraco siniestro llamado narcotráfico.
Como dijo en su momento Layera, que sabe de lo que habla, los delincuentes tienen su propia cultura y una especie de idioma propio, y a uno no le resulta sencillo comunicarse con ellos. El día que Layera, en un reportaje, nos contó de la existencia de este idioma propio, el País entero se debería haber detenido a considerar que estábamos al borde del abismo, sin embargo, el País siguió lo más campante.
Quienes dirigen y dirigirán el País nos pintan un panorama en base a números preciosos. El salario real ha subido esto y lo otro, los índices de pobrezas han bajado aquí y allá, pero lo cierto es que todos vemos que el País se desintegra ante nuestros ojos y avanzamos, lenta y persistentemente, a convertirnos en Colombia.
¿Cuál es el maldito problema de fondo? El problema de fondo es cultural, pero en este asunto de la cultura intervienen decenas de factores: pequeñas empresas que cierran, campo que se abandona, cultura del trabajo que se erosiona, trabajo que no abunda, familias que se desintegran, pésimos modelos que mandan una señal siniestra desde el Poder, una vil propaganda según la cual si no tenés ciertos bienes de consumo no valés un rábano, una enseñanza pública de rodillas ante la ineficiencia, algunos intelectuales que repiten tonterías, no sea cosa de apartarse de la manada y muchas otras cosas, entre las que encontramos esta imbécil, inútil, contraproducente y criminal prohibición del tráfico de drogas.
Acá es cuando el lector atento se echa para atrás: ¿después de todo esto Marchese nos viene a decir que hay que liberar el tráfico de drogas? Sí, querido, la prohibición no ha logrado que se deje de vender ni un gramo de droga, y lo único que ha logrado es mafia, lo que significa asesinatos, corrupción y toda esta basura que nos rodea.
Si una persona, no una vez, sino setenta veces siete, ante un problema, repite la misma respuesta que no sirve para nada, con toda justicia podemos decir que esa persona es un imbécil. No hay otra palabra, que me disculpen los imbéciles por discriminarlos, pero sin discriminación no hay lenguaje, ni pensamiento, ni comunicación, ni nada.
La prohibición del tráfico de drogas fue una iniciativa a principios del siglo XX para disciplinar la sociedad. Ninguna buena cosa perseguía y sus consecuencias monstruosas se encuentran ante nuestros ojos. Llegó la hora de despertar y pensar el asunto con nuestra cabeza. Lo único que logramos al prohibir la venta de un producto que tiene alta demanda, es que sólo lo puedan traficar aquellos que tienen medios y disposición para violar la ley y a eso se le llama mafia.
Lo peor es que esta mafia opera, justamente, en un País que a pesar de las estadísticas según las cuales vivimos en el Reino de las Maravillas donde Alicia persigue al conejo, en realidad vivimos una caída en picada al abismo.
Lucas Langhain cerró sus ojos. El problema es que en cierto sentido todos somos Lucas Langhain, todos tenemos los ojos bien cerrados. Nos dejaremos engañar por el verso del "fanatismo", y cuando venga otro Lucas, y otro, acaso reflexionemos que la explicación viene por otro lado.
Alguien dijo que para que triunfe al mal alcanza con que los buenos no hagan nada para evitarlo. Agregaría a esto que los buenos, primero, necesitan saber. No alcanza con la bondad, acá también se requiere el coraje de mirar a los hechos de frente.
Fuente: https://www.uypress.net/
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